La reciente aprobación del recorte de la jornada laboral a 37,5 horas semanales ha generado un fuerte rechazo entre las principales organizaciones empresariales de España. Este cambio, impulsado por el Gobierno, ha sido calificado como un golpe significativo para las pequeñas y medianas empresas (pymes) y los autónomos, quienes se verán afectados por un aumento en los costes laborales sin un ajuste proporcional en los salarios.
El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, ha señalado que el coste de esta medida podría ascender a 23.000 millones de euros, lo que plantea serias preocupaciones sobre la viabilidad de muchas empresas. Las patronales han expresado su indignación, argumentando que la reducción de la jornada laboral sin un estudio riguroso de sus consecuencias podría llevar a una pérdida de competitividad y productividad, así como a un aumento en el desempleo.
Las organizaciones empresariales han manifestado que la medida interfiere en la negociación colectiva, un proceso que ya se encuentra en marcha en más de 4.000 mesas de negociación entre empresas y sindicatos. Este cambio legislativo podría alterar uno de los elementos centrales de estas negociaciones: la fijación y distribución de la jornada laboral. La presión ejercida por el Gobierno para implementar esta reducción ha sido vista como una intromisión en el diálogo social, lo que ha generado un clima de desconfianza entre los interlocutores sociales.
Desde la perspectiva de las pymes, el presidente de Cepyme, Gerardo Cuerva, ha advertido que esta medida será devastadora, especialmente para sectores como el comercio, la hostelería y la agricultura, donde los márgenes de adaptación son más limitados. Lorenzo Amor, presidente de ATA, ha añadido que la implementación de esta reducción podría llevar a la desaparición de pequeñas empresas y autónomos, quienes enfrentan mayores dificultades para absorber los costes adicionales.
La presidenta de La Distribución, Matilde García Duarte, ha subrayado que a largo plazo, la reducción de la jornada podría estancar los salarios si no se aborda primero el problema de la productividad. En un contexto donde España ya enfrenta una alta tasa de desempleo, muchos empresarios consideran que esta medida es populista y no responde a una estrategia económica razonable.
El impacto en los precios también ha sido un tema de preocupación. Antonio Barderas, director de la Asociación Madrileña de la Empresa Familiar (Amef), ha señalado que el aumento de los costes laborales podría traducirse en un encarecimiento de los bienes y servicios, lo que afectaría negativamente el poder adquisitivo de los ciudadanos. Esta situación podría contribuir a un mayor empobrecimiento de la población, lo que ha llevado a muchos a cuestionar la viabilidad de la medida.
El presidente de UNO Logística, Francisco Aranda, ha advertido que la adopción de medidas como esta, sin considerar las realidades estructurales y económicas de los diferentes sectores, podría llevar a muchas empresas a la quiebra. Además, ha señalado que esto podría resultar en una menor contratación a tiempo completo y una presión adicional sobre las pymes, dificultando la posibilidad de aumentar los salarios reales.
Desde el sector de la construcción, el presidente de la CNC, Pedro Fernández Alá, ha expresado su preocupación por la restricción que esta medida podría imponer en la configuración de jornadas laborales flexibles. En un sector que ya enfrenta una escasez de mano de obra, la reducción de la jornada podría agravar aún más este problema, alejando los objetivos del nuevo Perte para la industrialización de la vivienda.
La crítica a la medida también ha llegado desde el sector del calzado, donde Salvador Gómez, secretario general de Fice, ha afirmado que la reducción de la jornada laboral podría asfixiar la competitividad de las empresas, provocando pérdidas de empleo y negocio. Esta decisión, según él, representa un coste adicional inasumible para muchas pymes exportadoras que compiten en un mercado global.
En resumen, la reducción de la jornada laboral ha suscitado un amplio rechazo entre las organizaciones empresariales, que advierten sobre sus posibles efectos negativos en la economía, la creación de empleo y la negociación colectiva. A medida que la medida avanza en el proceso legislativo, las patronales están movilizándose para intentar influir en los grupos parlamentarios y evitar su aprobación en los términos actuales.