El 13 de marzo de 2013, el mundo católico se sorprendió al conocer que Jorge Mario Bergoglio, un cardenal argentino de 76 años, había sido elegido como el 266º Papa de la Iglesia Católica, adoptando el nombre de Francisco en honor a San Francisco de Asís. Este acontecimiento no solo marcó un hito en la historia de la Iglesia, sino que también representó un cambio significativo en la percepción del papado, al ser el primer papa jesuita, el primero proveniente de América Latina y el primero no europeo desde el siglo VIII. Pero, ¿quién es realmente Jorge Mario Bergoglio? Este artículo explora sus orígenes, su infancia y los eventos que moldearon su vida y su liderazgo en la Iglesia.
Una infancia marcada por la fe y la inmigración
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, un vecindario de clase media baja en Buenos Aires, Argentina. Hijo de inmigrantes italianos, su padre, Mario José Bergoglio, era contador y trabajaba en el ferrocarril, mientras que su madre, Regina María Sívori, era ama de casa. La familia vivía en una modesta casa en la calle Membrillar 531, junto a sus cuatro hermanos menores: Óscar, Marta, Alberto y María Elena. Desde una edad temprana, el hogar Bergoglio estuvo impregnado de fe católica y tradiciones italianas.
Jorge fue bautizado el día de Navidad de 1936 en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos, y desde pequeño aprendió a rezar gracias a su abuela paterna, Rosa Vasallo. Esta figura materna tuvo una influencia profunda en su vida, transmitiéndole valores de austeridad, solidaridad y compromiso con los más necesitados, principios que más tarde se convertirían en pilares de su pontificado. En su autobiografía, Francisco menciona que el piamontés fue su primera lengua materna, aprendida de sus abuelos, quienes mantenían vivas las historias de su tierra natal.
Un episodio revelador en la historia familiar es el viaje migratorio de sus abuelos. En 1927, sus abuelos y su padre planearon embarcarse en el Principessa Mafalda, pero no lograron reunir el dinero a tiempo. El barco naufragó frente a Brasil, causando la muerte de 300 personas. Finalmente, los Bergoglio llegaron a Argentina en 1929 a bordo del Giulio Cesare, instalándose en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, un centro de acogida para recién llegados. Esta experiencia de migración dejó una huella indeleble en Francisco, quien más tarde se convertiría en un ferviente defensor de los derechos de los migrantes.
La búsqueda de una vocación
Antes de descubrir su vocación religiosa, Jorge llevó una vida típica de un joven argentino. Estudió en la Escuela N° 8 Coronel Pedro Cerviño para su educación primaria y luego en la Escuela Nacional de Educación Técnica N° 27 Hipólito Yrigoyen, donde se graduó como técnico químico. Durante su adolescencia, trabajó en diversos oficios, desde limpiar una floristería hasta ser portero en una discoteca, experiencias que lo conectaron con la realidad de la clase trabajadora. Además, desarrolló una pasión por el fútbol, siendo hincha del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, y por el tango, un reflejo de la cultura porteña que aún lo acompaña.
A los 20 años, una enfermedad respiratoria lo llevó a una operación en la que se le extirpó parte de un pulmón. Aunque esta condición limitó ligeramente su capacidad respiratoria, no afectó su calidad de vida. Esta experiencia de fragilidad física fortaleció su espiritualidad y su empatía por los enfermos, un rasgo que se evidenció en gestos como lavar los pies a personas vulnerables durante su papado. A los 17 años, mientras se confesaba en la Basílica de San José de Flores, Jorge sintió un llamado religioso que lo llevó a decidir su ingreso al sacerdocio. En 1958, a los 21 años, se unió a la Compañía de Jesús, comenzando su noviciado en el seminario de Villa Devoto.
Su formación jesuita, conocida por su rigor intelectual y compromiso social, lo llevó a estudiar humanidades en Chile, licenciarse en filosofía en el Colegio Máximo de San Miguel y enseñar literatura y psicología en colegios jesuitas de Santa Fe y Buenos Aires. En 1969, fue ordenado sacerdote, y en 1973 asumió como superior provincial de los jesuitas en Argentina, un cargo que ocupó durante seis años en un contexto políticamente turbulento.
Un papel controvertido durante la dictadura
Uno de los aspectos más controvertidos de la biografía de Bergoglio es su rol durante la dictadura militar argentina (1976-1983). Como provincial jesuita, tuvo la tarea de mantener la unidad de la orden en un período en que la Teología de la Liberación generaba tensiones internas y externas. Algunas críticas, especialmente desde sectores progresistas, lo acusaron de no haber hecho lo suficiente para proteger a dos jesuitas, Orlando Yorio y Francisco Jalics, secuestrados por el régimen. Sin embargo, testimonios de figuras como Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, y Graciela Fernández Meijide, integrante de la Conadep, aseguran que no hay evidencia de complicidad de Bergoglio con la dictadura. Por el contrario, se sabe que intervino discretamente para salvar vidas, incluyendo la de un joven al que ayudó a escapar al extranjero. Bergoglio mismo ha negado cualquier vinculación con el régimen, y documentos desclasificados han respaldado su postura.
Un ascenso marcado por la austeridad
Tras su período como provincial, Bergoglio continuó su carrera eclesiástica con un perfil bajo pero firme. En 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires, y en 1998 asumió como arzobispo, sucediendo al cardenal Antonio Quarracino. En 2001, fue creado cardenal con el título de San Roberto Bellarmino. Como arzobispo, mantuvo un estilo de vida austero: vivía en un modesto apartamento en la Curia, usaba transporte público y cuidaba personalmente de sacerdotes ancianos o enfermos. Su compromiso con los pobres lo llevó a criticar duramente el capitalismo y la desigualdad, ganándose el apodo de “obispo de los pobres”. En 2005, durante el cónclave tras la muerte de Juan Pablo II, Bergoglio fue considerado un candidato fuerte, recibiendo hasta 40 votos, según algunas fuentes. Aunque pidió a los cardenales no votar por él, su nombre volvió a sonar en 2013 tras la renuncia de Benedicto XVI. Su elección como papa fue vista como una señal del Espíritu Santo por figuras como el cardenal Christoph Schönborn, quien relató “signos sobrenaturales” que apuntaron a Bergoglio.
La identidad de Francisco está profundamente arraigada en su origen argentino y latinoamericano. Su elección reflejó el cambio demográfico del catolicismo, con casi la mitad de los católicos viviendo en América, según datos de 2022. Su estilo cercano, su humor porteño y su compromiso con la justicia social resonaron en una Iglesia que buscaba renovarse. Nunca regresó a Argentina como papa, una decisión que explicó su amigo Gustavo Vera como un intento de evitar la polarización política del país, aunque generó críticas entre algunos argentinos. Francisco trajo al Vaticano una perspectiva del “sur global”, defendiendo causas como la ecología (Laudato si’), la fraternidad universal (Fratelli tutti) y una Iglesia más inclusiva. Su rechazo a los lujos papales, como vivir en los apartamentos pontificios o usar el tradicional calzado rojo, y gestos como pedir a los fieles que rezaran por él, subrayaron su humildad y su conexión con sus orígenes. Su vida, desde un barrio porteño hasta la silla de Pedro, es un testimonio de cómo las raíces humildes pueden transformar el mundo.