Estados Unidos, tradicionalmente reacio a los desfiles militares, se prepara para un evento sin precedentes bajo la administración de Donald Trump. El próximo 14 de junio, coincidiendo con su 79 cumpleaños, el presidente celebrará un desfile militar que conmemora los 250 años de la fundación del Ejército Continental. Esta decisión ha generado un amplio debate sobre el simbolismo y la necesidad de tal evento en un país que ha visto un aumento en el descontento dentro de sus fuerzas armadas.
Desde que Trump presenció el Desfile del Día de la Bastilla en París en 2017, su interés por organizar un evento similar en Estados Unidos ha crecido. Sin embargo, durante su primera administración, los consejeros militares le advirtieron que tales desfiles son más comunes en regímenes autoritarios que en democracias. Jim Mattis, entonces secretario de Defensa, fue uno de los que le aconsejó en contra de esta idea, recordándole que los desfiles militares son típicos de dictadores.
A pesar de estas advertencias, Trump ha decidido llevar a cabo su desfile, lo que ha suscitado críticas tanto en el ámbito civil como militar. El coronel retirado Lawrence Wilkerson, quien sirvió en el Pentágono, ha expresado su preocupación por el impacto que este evento puede tener en la moral de las tropas. En un contexto donde el ejército enfrenta problemas de infraestructura y bienestar, la celebración de un desfile militar parece ser un derroche de recursos.
El último desfile militar significativo en Estados Unidos tuvo lugar en 1991, durante la presidencia de George H.W. Bush, para conmemorar la victoria en la Guerra del Golfo. Este evento, que costó alrededor de 12 millones de dólares, reunió a más de 8,000 soldados y fue visto como un homenaje a las tropas tras años de desconfianza debido a la Guerra de Vietnam. En contraste, el desfile de Trump está proyectado a costar 45 millones, aunque algunos expertos advierten que los costos ocultos podrían elevar la cifra hasta 100 millones de dólares.
La situación actual del ejército estadounidense es compleja. A pesar de los enormes presupuestos destinados a la defensa, muchos soldados se sienten desilusionados por la falta de mejoras en sus condiciones de vida. Informes recientes han revelado que las instalaciones militares, como las viviendas en la base naval de Guam, están en condiciones deplorables, lo que ha generado indignación entre las filas militares. Wilkerson ha señalado que el 60% del presupuesto militar se destina a contratistas de defensa en lugar de a mejorar la capacidad de combate de las tropas.
El desfile, que comenzará en el Pentágono y recorrerá varios puntos emblemáticos de Washington D.C., incluirá una exhibición de tecnología militar de décadas pasadas, como los tanques Abrams M1A1 y los obuses M109 Paladin. También se presentarán reliquias de la Segunda Guerra Mundial, lo que añade un aire de nostalgia al evento. Sin embargo, muchos en el ejército y en la sociedad civil ven esto como un despliegue de vanidad más que como una celebración genuina del servicio militar.
La crítica hacia el desfile no se limita a su costo. Muchos soldados y veteranos han expresado que no les gustan los desfiles, considerándolos una distracción de los problemas reales que enfrentan. La administración Trump ha sido acusada de priorizar el espectáculo sobre el bienestar de las tropas, lo que ha llevado a un creciente descontento en las filas militares.
A medida que se acercan las fechas del desfile, la Casa Blanca continúa defendiendo la celebración como un símbolo del poderío militar estadounidense. Sin embargo, la realidad es que muchos en el ejército se sienten abandonados y desilusionados, lo que plantea preguntas sobre el verdadero significado de este evento. La falta de apoyo a las tropas y el derroche de recursos en un momento de crisis en el bienestar militar son temas que no pueden ser ignorados en medio de la pompa y el espectáculo que se avecina.