La reciente reestructuración del Departamento de Estado de EE. UU. bajo la dirección de Marco Rubio ha generado un intenso debate sobre el futuro de la diplomacia estadounidense, especialmente en lo que respecta a la defensa de los derechos humanos. Rubio, quien anteriormente fue un ferviente defensor de la promoción de los derechos humanos en la política exterior, ha cambiado su enfoque hacia un modelo que prioriza el ‘realismo geopolítico’ y la eficiencia.
En un artículo publicado en Substack, Rubio anunció una reestructuración significativa que implicará la eliminación de más de 130 oficinas y la reducción de aproximadamente 700 puestos de trabajo. Esta medida, según él, no es simplemente un recorte presupuestario, sino una estrategia política destinada a transformar la manera en que EE. UU. interactúa con el mundo. La eliminación de instituciones clave que han sido pilares en la defensa de los derechos humanos y la democracia ha suscitado preocupaciones sobre el futuro de estos valores en la política exterior estadounidense.
Rubio ha criticado abiertamente la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, creada en 1977, acusándola de ser un «brazo ideológico» que castiga a gobiernos conservadores y de utilizar el dinero de los contribuyentes para promover una agenda que él considera sesgada. En su lugar, propone integrar las funciones de derechos humanos en las oficinas regionales del Departamento de Estado, argumentando que esto permitirá una diplomacia más adaptada a los intereses geopolíticos de cada región.
Este cambio de enfoque ha sido interpretado por muchos como un claro mensaje de que los derechos humanos ya no son una prioridad en la política exterior de EE. UU. Christopher Le Mon, exsubsecretario adjunto en la oficina de derechos humanos, ha denunciado que la eliminación del cargo más alto en esta área es una señal inequívoca de que la actual administración prefiere priorizar acuerdos con regímenes autoritarios sobre la defensa de las libertades fundamentales.
La reestructuración también afecta a otras áreas críticas del Departamento de Estado, incluyendo las oficinas dedicadas a la justicia penal global, operaciones de conflicto y migración. Algunas de estas oficinas fueron creadas en respuesta a crisis humanitarias y conflictos, como el genocidio de Ruanda o la invasión de Irak. La emblemática agencia de desarrollo exterior, USAID, también será reestructurada, lo que podría tener un impacto significativo en la asistencia humanitaria y el desarrollo internacional.
Además, se ha mencionado la posibilidad de cerrar hasta 24 embajadas y consulados en el extranjero, lo que podría limitar aún más la capacidad de EE. UU. para influir en la promoción de los derechos humanos a nivel global. La portavoz del Departamento de Estado, Tammy Bruce, ha defendido que la reforma busca una diplomacia más ágil y ha negado que implique un abandono de los valores fundamentales.
Sin embargo, las críticas han surgido incluso de antiguos aliados de Rubio en el Senado, quienes han expresado su preocupación por el cambio en su postura. Tom Malinowski, exdirector de la oficina de derechos humanos, ha lamentado que Rubio parece haber olvidado la importancia de los valores que antes defendía con fervor. Este cambio de rumbo también recuerda a las políticas de la administración Trump, que ya había limitado la inclusión de informes sobre abusos a los derechos humanos en documentos oficiales.
La reestructuración del Departamento de Estado bajo Rubio plantea interrogantes sobre el futuro de la diplomacia estadounidense y su compromiso con los derechos humanos. La eliminación de oficinas clave y la fusión de funciones en un enfoque más pragmático podrían llevar a una disminución en la atención a las violaciones de derechos humanos en todo el mundo. A medida que EE. UU. se repliega de su papel tradicional como defensor de los derechos humanos, otros actores globales como China, Rusia e Irán podrían llenar el vacío, lo que podría tener consecuencias significativas para la estabilidad y la justicia internacional.
La transformación de la diplomacia estadounidense bajo Marco Rubio marca un cambio de paradigma que podría redefinir las relaciones internacionales y la forma en que EE. UU. se posiciona en el mundo. La pregunta que queda es si este nuevo enfoque realmente servirá a los intereses a largo plazo de EE. UU. y de la comunidad internacional en su conjunto.